Por Luis Ruiz

Viajemos al estado de Texas: tierra sagrada que vio nacer a mi diosa Hilary Duff, a mi templo el H-E-B, y al anticristo también conocido como George W. Bush. Hace un par de días se difundió la noticia de que Trevor Wilkinson, un adolescente gay como cualquier otro, denunció a su escuela por suspenderlo por llevar pintadas sus uñas.

Cabe aclarar que en esta misma escuela las mujeres cis pueden llevar barniz en sus uñas sin problema alguno. Wilkinson dijo a USA Today: “He estado haciendo esto para expresar quien soy (...) Definitivamente lo uso para expresarme y siento que todas las personas deberían tener libertad de expresión.”
Y eso me lleva a pensar en que, aunque hoy este chico lo hace visible y lo convierte en noticia, en realidad en muchas partes del mundo (incluido nuestro país) existen reglas en espacios educativos y laborales que limitan a las personas y las obligan a alinearse a estereotipos arcaicos de género.
La excusa que se pone es que estos códigos de vestimenta son, entre otras cosas, para fomentar la disciplina entre lxs estudiantes y mantener la formalidad. Eso, de por sí, me parece problemático, pero creo que adquiere un nivel superior cuando la formalidad y la disciplina están dictadas por una adscripción obligatoria a los roles de género y en ciertos casos una negación de la identidad de las personas.
Estas reglas atentan contra la libertad que todas, todes y todos deberíamos tener de manifestar nuestra expresión de género sin restricciones ni consecuencias violentas. El activista Sam Killerman define este concepto en su guía Defining LGBTQ+ como la exhibición externa del género de una persona, a través de la vestimenta, aseo, comportamiento, socialización y otros aspectos. Usualmente (pero no de forma obligatoria) esto se manifiesta en escalas de masculinidad y feminidad.
Si lo que buscamos es que las personas crezcan, aprendan y se desarrollen de formas no violentas, obstaculizar su expresión de género es totalmente contraproducente. Obligar a que las personas, por el género que se les asignó al nacer, tengan que verse y comportarse de alguna forma, contradice por completo lo que muchas instituciones educativas y laborales dicen buscar: que todas las personas aprendan y se desarrollen por igual y que nadie viva violencia cuando intenta aprender o trabajar.
El asunto es aún más doloroso cuando hablamos de las personas trans: de acuerdo con un artículo publicado por la Universidad de Cambridge, en muchas instituciones los códigos de vestimenta basados en estereotipos o expectativas de género, las personas trans y no binaries son cuestionadas cuando eligen la opción de vestimenta que corresponde o que más se acerca a su identidad de género.
Si ante tus ojos que cualquier persona que no sea una mujer cis se ponga una falda o se pinte las uñas, o que quien sea que no sea un vato cis use pantalones y tenga vello facial “va contra la imagen de tu institución”, deberías contemplar que el problema quizás no está en la presentación de las personas sino en lo que tú y tu institución consideran importante y valioso, porque aunque no te des cuenta, con estas acciones estás comunicando que ser heterosexual cisgénero y comportarse conforme los estereotipos es la única opción valorada y aceptada en tus espacios.