Por Luis Ruiz

Hoy que Estados Unidos se despide de su fascista en jefe, muchas voces que llevan años apoyando a D*nald Tr*mp y que ahora se ven del lado perdedor de la contienda hacen un llamado a la unidad. “No pueden dividir el país, ni excluir a los votantes de Tr*mp”, dicen todxs aquellxs que durante los cuatro años de su presidencia apoyaron a un sujeto que metió a niños migrantes en jaulas, atacó los derechos de las personas trans, puso en peligro el derecho de las mujeres a decidir a decidir sobre su cuerpo y se encargó de normalizar el discurso de odio desde el poder.
Esta movida estratégica no es nueva: cuando por alguna razón, quienes llevan tiempo excluyendo, violentando y discriminando empiezan a ver la posibilidad de que haya consecuencias por estos actos, acuden a la carta de la unidad. Pero ¿en verdad alguna vez les ha importado estar unidos como sociedad? ¿O solamente apelan a una supuesta unidad cuando son ellos quienes sienten el riesgo de no quedar dentro?
Porque si a las personas conservadoras verdaderamente les importara la unidad, han tenido décadas en el poder para unirse con las poblaciones LGBTQ+, las mujeres, las minorías racializadas, las personas con discapacidad, los más pobres, los migrantes, quienes no son cristianos y muchas otras poblaciones a quienes han preferido mantener lejos del poder, del privilegio, del bienestar y de los derechos.
Hace unos días en los que se celebraba la vida del reverendo Martin Luther King Jr., los conservadores gringos no dudaron en publicar fotografías del héroe y frases inspiradoras, recordándonos que fue un pacifista y diciendo que nunca buscó la confrontación: esa imagen es solamente correcta de manera parcial.
Sí, Luther King hizo un llamado a la unidad, pero principalmente convocó a hacer justicia, a la redistribución del poder económico, político y social; a rechazar la pobreza, el militarismo, la pena de muerte y el racismo. Éste es un ejemplo claro de cómo los sectores más conservadores toman la parte del discurso de la paz que les es cómoda, pero ignoran lo que les señala y enfrenta.
Y quizás es más fácil ver la hipocresía en el país vecino que identificarla en nosotrxs mismxs, pero caemos en esto mismo cuando decimos que quienes señalan la violencia, la injusticia, la desigualdad, el odio y la pobreza están “dividiendo al país” cuando en realidad el país está dividido desde hace décadas.
Señalar las desigualdades y hacer visible lo que no es justo no es dividir, es mostrar que la división está a quienes viven demasiado cómodxs para notarlo. Por lo tanto, los llamados por la unidad no tienen sentido cuando sólo se hacen para beneficiar los intereses de lxs poderosxs.
Si queremos apostarle a la unidad, empecemos por integrar a la sociedad a todas esas personas que han sido ignoradas, denostadas, esclavizadas, odiadas, satanizadas, empobrecidas, violentadas y marginadas por aquellxs en el poder. Ésa debe ser la prioridad. Si queremos un país unido, la injusticia y las desigualdades tienen que terminar, de otra forma la paz seguirá siendo un privilegio solamente accesible para muy poquitxs.